Expulso a esta mujer de mi Membresía.
Mira, ahí afuera está lleno de gente cojonuda.
Personas que te inspiran y de las que aprendes a diario. A mí me pasa con mis clientes.
Sin embargo, siempre hay gilipollas.
Algunos de ellos quieren ser tu cliente. Y, a veces, alguno se cuela y termina siéndolo.
Ahora bien, que alguien quiera ser tu cliente, no significa que automáticamente pueda serlo.
Sobre todo, si es gilipollas.
Porque cuándo alguien llega a tu casa, debe ser respetuoso y aceptar tus normas.
No las suyas.
Las tuyas.
Entonces, tú puedes ayudarle.
Puedes tomarte el tiempo que haga falta e, incluso, darle más de lo estrictamente firmado.
Puedes tener paciencia. Un poco. Mucha, a veces.
Pero lo que jamás, repito, jamás, debes hacer es aguantar sus gilipolleces, sus pataletas, su chulería, sus faltas de respeto contigo o con tu equipo y sus exigencias fuera de lugar, porque es cliente, te ha pagado y el cliente siempre tiene la razón.
Pues mira, en tu casa no.
Tú decides quién entra en tu casa y tiene acceso a ti.
Y si tu cliente es una gilipollas prepotente, puede meterse su puto dinero por el culo.
No lo necesitas.
Y si cree que a estas alturas del negocio y de la vida, que son lo mismo, necesitas su puto dinero, es que no te conoce.
Expulsada de la Membresía para siempre.
Es lo que hay.
Por cierto, todos los días escribo un nuevo consejo de negocio a miles de emprendedores y empresarios cojonudos.
En caso de interés, te apuntas ahí y te lo mando.