Si bajara mis precios vendería más.
O si hiciera descuentos.
O promociones.
O blackfridays.
O genuflexiones.
O felaciones.
Esto es lo que piensan montones de empresarios y emprendedores ahí afuera, que creen que el precio es el factor clave de la toma de decisión de compra por parte de su cliente.
Están equivocados.
O sea, el precio es un factor importante.
Pero no es el más importante. Ni de lejos.
Es uno más.
Explícame, si no, cómo puede ser que haya gente en tu mismo sector que venda más que tú cobrando diez veces más.
O cómo puede ser que la Membresía del fulano ese de tu competencia que tanta rabia te da, esté ganando más que tú con un producto que ambos sabemos que es peor que el tuyo.
Digo yo que habrá algo más.
Y no, no, no es suerte, ni que sus padres sean ricos, ni mucho menos tiene enchufe.
Nada de eso.
Ninguna de esas excusas que tu mente pone para justificar los años luz que os separan, son ciertas.
Es otra cosa.
Otra cosa que impacta directamente en la percepción que tiene tu cliente de ti, de tu marca, de tu producto y de la forma en la que puedes ayudarle en lo que sea que le ayudes.
Al final, amigo cibernauta, a tu cliente le da igual tu precio.
Y ya, ya sé.
Ya sé que te dice que si le haces un descuento, o una promoción, o un blackfriday, o una genuflexión, o una felación, entonces, ya si eso se planteará contratarte.
O apuntarse a tu Membresía.
Sé que te dice todo eso.
Pero no es verdad.
Atiende con atenta atención:
Lo único que realmente le importa a tu cliente es como cojones le vas a ayudar a resolver eso que le trepana el cerebro cuándo se acuesta por la noche.
Y la única clave aquí es si eres capaz de transmitírselo o no.
Puedes dar todos los rodeos que quieras y buscar todas las excusas que encuentres.
Pero esto es lo que hay.
Y no es complicado aprender a hacerlo.
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